No, tranquilo que no voy a contarte nada de la obra de T.S. Eliot sino, más bien te daré la tabarra (con tu permiso) sobre algo más cotidiano pero que puede que desconozcamos. Igual será porque vengo de un lugar
donde estamos acostumbrados a arrancar a la tierra sus frutos. Puede que sea porque al final no puedo ni debo ocultar (ni malditas las ganas que tengo) que me he criado entre acequias, entre gente que volvía a casa embarrada y que se amparaba al santo que fuese cuando se oían unos truenos allá a lo lejos porque una mala tormenta podía acabar siendo la ruina de la familia para la que la huerta y los animales eran mucho más que una posesión, eran la vida. Quizá será porque mi tierra huele a arroz y naranjas o porque prefiero que los tomates sepan a tomate aunque sean feos y que una cebolla olvidada sea capaz de germinar en la despensa. Llámame antiguo pero me duele en
el alma ver como nuestra agricultura está siendo devorada por una tormenta perfecta sin que parezca que nadie pueda hacer nada al respecto. más que ver como se abandonan los cultivos, se arrancan los huertos y acaban las historias de siglos de familias que han entregado su vida en ese pedazo de terruño que ahora no vale nada pero que, cuidado, como decían los viejos “la tierra es la tierra, no la perdamos nunca porque es, al final lo que nos dará de comer” igual razón no les faltaba porque de los bytes y los píxeles jamás arrancaremos una lechuga.
Estos días estamos viendo a los agricultores aparecer por las ciudades con pancartas que los urbanitas puede que no lleguemos a entender. Si no nos paramos a preguntar qué sucede porque claro, si la verdura vale una fortuna en el super de la esquina ¿cómo vamos
a sospechar siquiera que el que lo produce lo está pasando mal? Tan mal como que no consigue ni siquiera cubrir costes. Entonces ¿quién se queda el parné? Es difícil de explicar si creemos (os juro que lo he vivido) que los pollos ya nacen en bandejas de plástico o que las patatas crecen en árboles. No conocemos el camino que siguen las verduras hasta llegar a nuestra mesa. Muchos ni sospechamos que un tomate nace y crece en la huerta “por gracia” de un señor que se desloma cada día de sol a sol plantando, abonando, regando, cuidando y cosechando. Después pasará alguien que por una módica cantidad se lo llevará a un
mayorista que a su vez se encargará de limpiarla y maquillarla para ponerla en el mercado (bajo precio), acabará en una verdulería (en el mejor de los casos) donde volverá a hinchar el precio porque claro, el que la vende también ha de comer y entonces será cuando tú la comprarás monísima, encerada y empaquetada a un precio así como un 795% mayor del que se ha llevado el labrador, según un informe del Ministerio . Toda esta cadena deja de lado en el peor lugar al agricultor que ha invertido su trabajo, los impuestos, el dinero del gasóleo que está por las nubes… y que ha de dejar la explotación porque no le da para comer.
Pues si este círculo te parece maléfico, imagina si además tenemos en cuenta los nuevos elementos que nos han traído “los tiempos modernos” ya resulta satánico. Puede que no sepas que la industria agrícola mundial está controlada por tres o cuatro multinacionales (a
saber, supongo que me dejaré alguna, Monsanto, Bayer, Dupont y DowChemical) que se han hecho con las patentes de semillas y fertilizantes mientras los gobiernos y las instituciones internacionales miraban hacia otro lugar silbando como quien no quiere la cosa. Controlan el mercado hasta niveles insospechados y además han cambiado el esquema de la agricultura tradicional por una industria monstruosa que agota la tierra de puro desgaste. Es la agricultura intensiva, brutal, artificial que produce a niveles imposibles y consigue abaratar los precios a base de cantidad sin que les importe demasiado la calidad. Negocian los precios de la mercancía con las grandes superficies y dejan de lado a los que se dejan la piel cultivando tomates que saben a eso, tomates.
¿Verdad que visto así parece lógico que unas personas se planten en la ciudad y griten basta en defensa de la agricultura de verdad, de los tomates que saben a tomates y de la dignidad perdida que hace que sea imposible que una familia pueda vivir de la agricultura en plena cruzada contra la “España vaciada”?








carnaza. Que si sacando jugo de las piedras con la cosa de Catalunya, que si escándalos por todas partes en los que se han llegado a llevar hasta a Villar, el dueño y señor del único dios al que parece respetar esta sociedad, el «furgol», o incluso regalándonos los oídos con una reforma fiscal en la que se nos dice que la mayoría de los currantes ahorrará en impuestos cuando es mentira, seguiremos pagando impuestos indirectos salvajes hasta por respirar y además de aquello de redistribuir la riqueza nada de nada, no vayáis a pensar. No es casualidad eso de que los ricos cada vez lo sean más mientras la miseria crece y crece.
en “esclavos curris” ¿Os acordáis cuando nos dijeron que “era necesario apretarse el cinturón” allá por el 2008? Pues bueno, sólo a nosotros se nos cortó la respiración, porque a los de siempre… Ahora el cuento continúa con la excusa tecnológica, que si Uber, que si la robotización… El caso es que eso de hacernos trabajar como si nuestro esfuerzo no valiese un duro se ha consolidado. Y nosotros contentos.
moriremos de hambre o que se esté discutiendo la posibilidad de aumentar los salarios un 1,5 o un 2 por ciento cuando los precios lo han hecho más. De nada vale que los beneficios de los grandes hayan aumentado y se hayan quedado con ellos. El problema es otro, se han cargado la relación del empleador y el empleado, antes era una relación seria y simple, nos gustase o no. Uno daba empleo y el otro trabajaba, ese compromiso era sólido porque ambos se necesitaban mutuamente. Ahora todo ha cambiado, la relación se ha roto, se ha transformado en
contratos de “cero horas” en los que se trabaja de sol a sol, muriendo en el asfaltado de carreteras en plena alerta por calor. Consentimos relaciones “2.0” tipo Uber porque como “más cornadas da el hambre”, el trabajador ha perdido el respeto por sí mismo y acepta como algo normal el que aquí no se sale de la pobreza trabajando. Estamos dispuestos a trabajar por miserias “porque menos es nada”. Nos han inculcado la “mendicidad laboral”. Han transformado el trabajo en una guerra en la que no hay compañeros. Lo que antes era el “compi de mesa” ahora es el enemigo a batir por no ser el próximo en caer al mar o simplemente por raspar unas migajas. Eso nos afecta en nuestras relaciones sociales, nadie confía en nadie, vivimos como robots y nuestra vida se transforma en un infierno. Somos parias que trabajan batiéndose entre ellos hasta la muerte por nada, porque nada merecen (eso nos dicen) y lo que es peor, llegamos a creérnoslo y caemos en un estado en el que la autoestima y el aprecio por lo que hacemos es puro espejismo. Así nos luce el pelo.
70% de las familias no han notado nada y lo que es peor, se han resignado a que no les va a llegar. La precariedad se ha instalado, han logrado hacer que normalicemos el atropello, lo han institucionalizado legal y socialmente. ¿No deberíamos darnos cuenta de lo que nos han hecho?¿No deberíamos gritar basta e intentar recuperar un poco de la dignidad que nos han usurpado?¿De verdad no deberíamos hacer caso al eslogan de “El Corte Inglés” y aplicar aquello del “quiéreteme” ese tan raro? Igual en ello nos va la vida. Pensémoslo.
esconden que el paro continúa siendo una verdadera tragedia social sólo superada por el nuevo concepto de “trabajo casi esclavo” que suponen la mayoría de los nuevos contratos. Los que trabajan cada vez cobran menos mientras que los grandes directivos han subido sus retribuciones. Las pensiones peligran porque se han merendado la hucha y cada vez son más las pequeñas empresas que tiran la persiana, en silencio porque ya no salen por la tele. Parece que nos hayamos resignado a ser “Homo Curris”, de esos que trabajan como una mula, conocen a la familia través de fotografías mientras por la tele les hablan de “conciliación de la vida nosequé” y cobran un salario que no llega ni instaurando en casa una “economía de guerra” a base de pan y cebolla (antes, hace años, podían ir al cine y ¡hasta compraron una vez un bote de palomitas!).
todo atrás para intentar ganarse las habichuelas como “Homo Curris” en el extranjero. Pero esa es otra historia silenciada. Es la de millones de personas como tú y como yo desterradas y abandonadas para aparentar una recuperación que no llega a “los normales”. A algunos ni siquiera les han llegado las papeletas para el 20D y ahora que ya nos acercamos al 20J les pasará lo mismo. Parece como si alguien no quisiese que votasen. Igual es “
tantos otros a los que hemos olvidado. Pero la verdad es que deberíamos sentir vergüenza y esconder las cabezas como avestruces por permitir que timasen a nuestros hijos todo lo que consiguieron nuestros antepasados a costa de lucha y sangre (mucha) en materia de empleo y seguridad social. En pleno S.XXI parece que estemos volviendo a la «Cabaña del Tío Tom» ¿Que ha pasado?¿Como es que nos han lanzado los unos contra los otros usando, como siempre, el miedo como arma?¿Dónde estaban los sindicatos mientras el Gobierno se esforzaba en destruir los pocos derechos que quedaban a los “currantes” y a los pequeños empresarios, a los que también han aniquilado?
cambios radicales para poder enfrentarse al austericidio y las políticas brutales que han sacudido a trabajadores, autónomos e incluso pequeños empresarios que al fin y la postre son la mayoría que hace girar la rueda. El caso es que los sindicatos necesitan adaptarse para poder llevar a cabo la función para la que fueron creados y que se ha visto desdibujada por aquello de que, en algunos casos, han llegado a parecer dudosas academias de formación al servicio de otros.
que necesitamos ayuda y los sindicatos pueden volver a ser ese socorro. Eso sí, deberían reencontrase con sus orígenes, romper sus lazos con los gobiernos y defender de verdad a los trabajadores a los que se les ha arrancado la dignidad. Necesitamos que vuelvan a ser accesibles y combativos, que funcionen, porque a este paso, no me extrañaría que un año de estos en lugar de conmemorar el día del trabajador hagamos lo propio con “el día del esclavo”.


misteriosas y privadas 

















