18 de marzo de 2017. Un tren de cercanías que se dirigía a Valencia a las 13:25, en plenas fallas, sufrió un aparatoso accidente contabilizándose la cifra de fallecidos en unas 100 personas mientras otras 200 han sido trasladadas a distintos hospitales, algunas con pronóstico reservado.
Por suerte esta noticia no es más que un “Alternative facts” de esos de Trump. Algo así como cuando dijo algo de atentados en Suecia pero no penséis que, por desgracia, no
podía haber ocurrido. No podéis ni imaginar como andaban los trenes a Valencia, un año más, vísperas de Fallas. Trenes aglomerados, atestados, llenos hasta lo inimaginable. Trenes en los que al intentar entrar no puedes hacer más que solidarizarte con las pobres sardinas metidas en sus latitas, aunque ellas, por lo menos van metidas en aceite y no en el apestoso “eau d’humanité” que se respira en los vagones esos que a mi por lo menos me han llegado a recordar a los trenes de otras épocas, porque al introducirte en ese gentío sabes que el oxígeno se va a acabar de un momento a otro, aunque es verdad que no vas a caerte al suelo, simplemente porque es imposible.
El ambiente es insufrible, calor, agobio, todo ello ambientado por el olor pestilente de los calcetines apestosos del que va colgado como un jamón de Teruel de una de esas barras que con su sola presencia ya te da la idea de que para RENFE eso del aforo limitado no es más que un papelito pegado al lado de la puerta porque sabe que eso de las inspecciones no va con ellos, con revisar el pub de los sábados ya van servidos.
La indignación es inevitable porque ya con llegar a la taquilla la insípida máquina te
cobra cantidades increíbles que te convencen de que es más barato volar a Londres con una LowCost que ir a ver la “mascletá”. El precio del billete hace replantearte muy en serio si realmente se apuesta por el transporte público y la ecología. Se supone que se debiera fomentar el uso del tren para reducir el impacto medioambiental y los atascos en las ciudades pero bueno, también es verdad que el gobierno debiera fomentar el uso de la energía solar en el país mas soleado de Europa, cosas que pasan.
Al final supongo que eso de permitir la aglomeración de unos trenes que ya recuerdan demasiado a los de la India de Gandhi y tratarnos como ganado permitiendo que los trenes que te llevan a las fallas, al trabajo por la mañana o donde sea no es más que un reflejo del trato que recibimos por parte de los gobiernos en todo. No es que les importe nuestro confort confort es que ni siquiera se preocupan por nuestra seguridad. A ellos, con sacarnos los cuartos ya les vale, el resto no importa








conlleva o puede que sea lo de pasarse el día oyendo explosiones del estilo de ensayos nucleares mientras se fusiona el delicioso olor de la pólvora lúdica con los sonidos de los verdaderos héroes de la fiesta, los músicos de las charangas. Humanoides capaces de tocar noche y día las piezas más irreverentes en las que todavía se intentan cambiar las letras homófobas por otras en las que se respete al prójimo (poco a poco se va consiguiendo peroque queda mucho camino por recorrer) durante casi una semana y llegar al día de San José para transformarse en una especie de banda sinfónica de bolsillo que sería capaz de no desentonar en el Concierto de Año Nuevo, los admiro. No solemos reparar en ellos porque la gran mayoría de las comisiones están entregadas a la fiesta mayúscula (y en muchos casos a la botella de cazalla) pero de verdad que son los músicos, justamente ellos los que forman gran parte del alma de las fallas, los que dan el color inconfundible de la fiesta. Son ellos los que merecen gran parte del premio que las Fallas estrenan este año, el de ser Patrimonio Inmaterial de la Humanidad (o por lo menos eso dice la UNESCO).
políticos, reyes, sentencias, robos… todo se presta a ser combustible para la falla. Lo sacamos a la calle en forma de Ninot y lo metemos en un hatillo para hacer un exorcismo que acabará con la inexplicable quema a lo bestia de obras de arte que han tenido ocupados a los artistas de un gremio único en esta parte del Mediterráneo y puede que de todo el globo. Resulta complicado de explicar, alguna vez lo he intentado y jamás he sido lo suficientemente convincente como para hacer ver donde está la gracia de gastar unas cantidades ingentes de talento y de dinero para reducirlo todo a cenizas, al final pones una sonrisa en la cara y recurres al argumento final «es que somos así» y eso puede que lo resuma todo. Quizá me cueste explicarlo porque yo no soy fallero, soy de los que sufren los cortes de calle, el sueño y las charangas pero también de los que entiende que estos días son distintos, son días en los que aflora el sentimiento de tanta gente puesto durante todo un año de trabajo que culmina esta semana y eso hay que respetarlo.
de la falla todavía humeante ya se esté pensando en el proyecto del otro año. Puede que algo así sea lo que nos hace falta hoy en día en todos los aspectos de la vida, de la política y de la justicia. Vamos escasos de esa fuerza para renacer, esa ilusión por lo efímero, por lo que sabes que va a acabar en cenizas pero no importa porque te sobran fuerzas para levantarlo una y otra vez, cada vez más grande, cada vez más precioso. Puede que eso es lo que nos hayan podado a base de escándalos, desastres y sinsabores. Puede que debamos aprender de la falla.
falleros? ¿Y si el día 19 fuésemos capaces de botar fuego a todo (en sentido figurado, no vayan a pensar que me he vuelto pirómano o arengador de masas y acabe en la cárcel junto con los tuiteros, titiriteros y el resto de víctimas de la Ley Mordaza de un país al que le han extirpado la libertad sin que se haya dado cuenta) Como decía, ¿y si fuésemos capaces de quemar todo en una gran hoguera para volver a empezar de nuevo? Si los valencianos lo hacemos todos los años imagina si todos fuésemos capaces de reducir las penurias a cenizas y empezar de nuevo. El único problema sería ponernos de acuerdo en que ninot indultamos porque a mí por lo menos me resulta difícil decidirme. El que si que se que no indultaría es el que habita en Moncloa.
terremoto de escala 6,5 y el humo de la pólvora que entra por la ventana casi impide ver la pantalla. Apetece olvidarse de todo y bajar corriendo a zampar unos buñuelos de los de verdad, de los abusones en calabaza, con chocolate, por supuesto (ya habrá tiempo para las dietas) y