Dicen que es una suerte eso de vivir cerca de la playa. Te confieso que a veces sí y a veces no, este año por ejemplo sin ir más lejos. Siempre ha resultado un tanto atractivo ver como los turistas aparecían marcando el buen tiempo, como las golondrinas. Era esperar a que los días se fuesen haciendo más y más largos para que empezasen a aparecer caras que puede recordase vagamente de otros veranos. Empezaban a llegar en semana santa, tímidos, “a pasar el día”, comían y se marchaban para casa, eran la avanzadilla. Poco a poco, allá por San Juan empezábamos a ver como eso de aparcar se ponía un tanto más dificilillo y el paseo marítimo se llenaba de vida, esa vida que permanecía oculta dentro de los bares con terraza en forma de mesas y sillas amontonadas esperando los días de sol. Todo seguía su curso, en cuestión de días se llenaría todo hasta los topes, el bullicio sería inevitable pero también que la invasión es transitoria. Llegarán las lluvias de septiembre y con ellas volverán a sus casas las hordas invasoras y hasta el año próximo. Así año tras año, lustro tras lustro desde que a alguien se le ocurrió eso del turismo y el veraneo.
Este año te confieso que confiaba en que sería distinto, tenía que serlo visto el escenario que tenemos liado, pensaba que nos quedaríamos solos y que no veríamos llegar las bandadas de gentes de la ciudad, sombrilla y neverita en mano dispuestos a tomar posesión de un pedacito de la escasa playa que nos quedó después de la última DANA. Pensaba que el paseo marítimo quedaría medio desierto porque claro, los pocos que llegasen a comer pipas en el malecón verían que no se puede porque las obras de reconstrucción todavía están muy atrasadas y pasear el garbo por allí resulta imposible a no ser que te apetezca participar en una gymkana sorteando excavadoras y zanjas. Ya me decía mi amigo que me quedaría con las ganas, que esta especie no escarmienta y que viviríamos un veranito terrorífico. Tenía razón, como siempre.
A estas horas el bullicio se ha apoderado de las calles tranquilas como por arte de magia. Ya sabes, como si hubiese pasado el príncipe, le hubiese dado un beso a la durmiente de turno y todo hubiera vuelto a la vida. De hecho me tienes escribiendo esto con los ojos hinchados oyendo una musiquilla de esas que vienen del chiringuito, como todos los años. Pero esta vez la vida era distinta, me di cuenta de que sólo los aborígenes llevamos mascarillas. “Estos traen al bicho” fue la única palabra que salió de la boca de la panadera cuando pasé a recoger la barra habitual que me tiene guardada en una bolsita de esas de tela que ya era de mi abuela.
Nosotros, los que hemos sobrevivido a los tiempos duros de hace unos meses, los que vimos a la ambulancia llegar en silencio y llevarse a alguien que conocíamos para no volverlo a ver parece que seamos los únicos que entendemos que aunque todo se vista de verano y de color la amenaza continua. Igual somos unos neuróticos, el invierno nos ha vuelto así pero por lo visto los turistas son inmunes a ella. Deben serlo visto como se hacinan en la playa, debajo de las sombrillas. Deben sentirse a salvo al ver como toman tapas, como mueven el esqueleto en la discoteca local…
Creerán que nada va con ellos cuando estos días estamos viviendo rebrotes, vamos perdiendo lo poco que conseguimos con tantos días de encierro, con tantos llantos silenciados y con tanto esfuerzo en los hospitales. Parece que no va con ellos cuando les dicen que nada ha acabado, que sólo pedimos prudencia. Parece que no entiendan que muchos han llegado a pensar que, quizá, fuese mejor que se quedasen este año en sus ciudades hasta que hubiese pasado todo de verdad, no cuando han decidido que saliésemos porque “había que reflotar la economía”. Quizá se equivocaron, puede, pero no olvides que la prudencia la has de poner tú, es cosa tuya y de nadie más. Piensa que, vale, estás de vacaciones pero este año las vacaciones no son lo mismo nada lo ha sido. Si fuiste prudente estos meses no lo vayas a desperdiciar ahora que empezábamos a ver la luz. Si quieres ven, la playa también es tuya, pero respétate y respétanos a todos, por favor, se prudente. Paremos la recaída.
Ay señor, qué delito cometí, ya nunca será lo mismo.
Un abrazo amigo Salva.
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¿Delito? ¿Cómo puedes tu haber cometido ninguno? Un abrazo enorme de vuelta.
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